Nada es permanente...


Una parte del discurso del japonés Haruki Murakami  cuando le concedieron el XXIII Premi Internacional de Catalunya 2011 en junio de 2011.

Quizás me ha llamado la atención por lo que ha sucedido últimamente con Simoncelli, Steve Jobs... gente que yo consideraba extraordinaria en lo suyo y que aportaban al mundo...

Ahí queda para pensar sobre ello.

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En japonés tenemos una palabra, "mujô" (無常), que sirve para designar el hecho de que
no hay nada que sea permanente, que no hay ningún estado que dure para siempre.
Todas las cosas que existen en este mundo acaban extinguiéndose, todo cambia
constantemente. No hay ningún equilibrio eterno, no hay nada suficiente inmutable para
que se pueda confiar para siempre.

Esta es una manera de ver el mundo que proviene del budismo, si bien en un contexto
un poco diferente de lo religioso la idea de "mujô" está fuertemente arraigada en la
psicología de los japoneses, que lo hemos heredado casi intacta desde la antigüedad
como una parte de la nuestra mentalidad como pueblo.

Se podría decir que esta idea de que "todo pasa" implica una especie de resignación ante
el mundo, la aceptación que al final el hombre no saca nada de oponerse al curso de la
naturaleza. Sin embargo, los japoneses hemos sabido encontrar una forma de belleza
dentro de esta resignación.

Si nos fijamos en la naturaleza, por ejemplo, en primavera admiramos las flores de
cerezo, en verano las luciérnagas y en otoño las hojas amarillas de las montañas.
Además, lo observamos todo con pasión, todos a la vez, como una costumbre, como si
fuera casi algo obvio. Cuando es el tiempo, los lugares más famosos para ver las flores
de cerezo, o las luciérnagas o las hojas del otoño se llenan de gente y es casi imposible
poder hacer una reserva de hotel.

¿Por qué?

Pues porque la belleza de las flores de cerezo, de las luciérnagas y de las hojas del otoño
desaparece al poco. Los japoneses hacemos muchos kilómetros para poder ver
el esplendor efímero de estas cosas. Pero no nos limitamos a admirar su belleza,
sino que también nos alivia ver cómo se esparcen los pétalos de las flores de cerezo,
como se desvanece la luz pálida de las luciérnagas y como se apagan los colores vivos
de los árboles. De hecho, más bien encontramos la paz cuando la belleza ha superado el
punto más álgido y empieza a desvanecerse.

No sé si las catástrofes naturales tienen alguna influencia en esta manera de pensar. Lo
que es cierto, sin embargo, es que a lo largo de la historia los japoneses hemos superado
todas las catástrofes que nos han sobrevenido, aceptándolas como un hecho en cierto
sentido inevitable y sobreponiéndose a los daños de manera conjunta. Por tanto, es
posible que estas experiencias hayan tenido alguna influencia en nuestra sensibilidad
estética.
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Todo el discurso puede encontrarse haciendo una búsqueda en Internet... incluso está el vídeo por YouTube... ahora mismo se puede descargar el PDF aquí (en su página web dentro de su editorial).

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